Las Escrituras nos muestran que, el creyente auténtico, que lo es por la fe en Jesucristo, es echo partícipe, delante de Dios, de una nueva creación, condición y posición, frente a aquellas personas que le rodean, y que no conocen la gracia divina. Ante tal verdad será que el cristiano no tiene algo que decir o anunciar:
“Porque todo el que invocare el nombre del señor Jesucristo, será salvo. ¿Cómo invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Rom. 10:13,14)..
Según el texto bíblico, la evangelización conlleva tres grandes vías, las cuales dirigen a la salvación de la persona que recibe el mensaje: El “escuchar”, el “creer” y el “invocar” al Señor Jesús,Por tal motivo, existe la necesidad de proclamar al mundo quién es Jesucristo y cuál es su obra; quiénes somos los cristianos y qué es lo que creemos…Pero si no nos interesa en manera alguna hemos perdido el sentido de nuestra vocación cristiana.
“Porque todo el que invocare el nombre del señor Jesucristo, será salvo. ¿Cómo invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Rom. 10:13,14)..
Según el texto bíblico, la evangelización conlleva tres grandes vías, las cuales dirigen a la salvación de la persona que recibe el mensaje: El “escuchar”, el “creer” y el “invocar” al Señor Jesús,Por tal motivo, existe la necesidad de proclamar al mundo quién es Jesucristo y cuál es su obra; quiénes somos los cristianos y qué es lo que creemos…Pero si no nos interesa en manera alguna hemos perdido el sentido de nuestra vocación cristiana.
El cristiano, por su nueva condición en Cristo, se convierte en un portavoz de buenas noticias, y por ello recibe el encargo de: 1º- experimentarlas en su propia vida, y 2º- comunicarlas a los demás. “Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” (Ro. 10:15).
UN MUNDO PERDIDO
La realidad es que nuestro mundo sin Cristo se dirige hacia la condenación eterna; cada día miles y miles de almas se pierden por la eternidad. Pensemos, porque el cristiano no puede callar ante panorama tan desolador, y mucho menos cuando sabe que existe un cielo que abre sus puertas de forma gratuita por medio de Cristo a todas y cada una de las personas de este mundo.
Si consideramos con detenimiento el preciado tesoro que poseemos los cristianos, esto es, el Evangelio de Jesús, y el gran bienestar que aporta al corazón humano cuando se recibe y cree en él, tal vez podamos exclamar como el apóstol Pablo: «¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!» (1ª Co. 9:16).
Tal vez sea ésta la ocasión de echar una mirada retrospectiva en el tiempo, y observar el fervor cristiano de los primeros discípulos, e imitar su devoción, su plenitud espiritual, su ardor guerrero, y su celo por predicar el mensaje de las buenas nuevas. Así fue en la iglesia naciente del primer siglo, según cuentan los registros eclesiásticos: «Indudablemente, por una fuerza y una asistencia de arriba, la doctrina salvadora, como rayo de sol, iluminó de golpe a toda la tierra habitada. Al punto, conforme a las divinas Escrituras, la voz de sus evangelistas inspirados y de sus apóstoles resonó en toda la tierra, y sus palabras en el confín del mundo. Efectivamente, por todas las ciudades y aldeas, como en era rebosante, se constituían en masa iglesias formadas por muchedumbres innumerables» (Eusebio de Cesarea).
El mensaje de salvación es de carácter urgente, y no hay tiempo que perder; para muchas personas es cuestión de vida o muerte.La llamada evangelista resulta inevitable: un mundo condenado necesita la Salvación. Y, definitivamente, no hacemos bien si permanecemos sentados en el «cómodo sillón» de nuestra vida, viendo ensimismados el transcurrir absurdo de la existencia humana.
Sin lugar a dudas, el evangelio de la Salvación debe ser expuesto a toda criatura, no importa su condición social, edad, profesión o religión que profese; el mensaje de la Escritura para el hombre pecador es claro y sencillo 1ª Jn. 5:11,12.
UN LLAMADO PARA TODOS
Es verdad, no todos los cristianos estamos llamados al ministerio de la evangelización. Sin embargo, todos estamos llamados ya desde la conversión a dar testimonio de nuestra fe... Si bien, para eludir dicho llamamiento, son muchos los que hoy día muestran objeciones y ante esto, cabe preguntarse:
¿Qué
preparación teológica poseía el endemoniado de Gadara?(Mr. 5:19-20)
¿Qué
capacidad, además, tenía el pobre ciego?(Jn. 9:25).
¿Qué
credibilidad podría tener la mujer samaritana, ya que era conocida por su
evidente inmoralidad?
Con
frecuencia ocurre que los inconvenientes y obstáculos que encontramos en
nuestro caminar diario, nos impiden dar el paso decisivo para colaborar con la
evangelización Si no nos atrevemos a dar testimonio de la Verdad a este mundo,
seguramente es porque no somos conscientes del precio que tuvo que pagar Jesús
por nosotros.
Todo
cristiano, aun dentro de su incapacidad personal, se halla suficientemente
dotado por Dios para cumplir con dicha responsabilidad mencionada; no por sus
propias fuerzas, sino por el «poder de Dios que actúa en él» (Ef. 3:20).
En
definitiva, debemos adquirir la valentía suficiente para afrontar los
inconvenientes que conlleva dar testimonio de nuestra salvación.
Estudio
tomado de portavocesdevida.org